El 1 de diciembre de 1988, la Organización de las Naciones Unidas estableció el Día Mundial del Sida en apoyo a las personas que viven con el VIH, y para recordar a las que han fallecido por enfermedades relacionadas con el sida.
Con el lema de este año, “Sigamos el camino de los derechos”, la comunidad internacional pone énfasis en que la solución de la amenaza del sida pasa por la protección de los Derechos Humanos, pues el problema no sólo implica abordar un asunto de salud pública, sino también enfrentarse a las desigualdades, prejuicios y desafíos estructurales.
Según el Centro Nacional para la Prevención y Control del VIH y el sida (Censida), México reporta más de 340 mil personas viviendo con VIH, y cada año se registran cerca de 15 mil nuevos casos.
Pero estas cifras no sólo reflejan un problema de salud pública, sino también social y educativo, pues el grupo más afectado es el de los jóvenes de 15 a 29 años, un sector de la población de gran importancia para el desarrollo de la nación y, sin embargo, muchos de ellos se enfrentan a una condición que, aunque tratable cada vez más con los avances médicos y tecnológicos, sigue cargada de estigma y de rechazo.
Ante el sida, pongamos al centro los derechos humanos
Hoy solicité el uso de la tribuna para abordar un tema que ayer cumplió 36 años en la agenda mundial en materia de salud pública.
El 1 de diciembre de 1988, la Organización de las Naciones Unidas estableció el Día Mundial del Sida en apoyo a las personas que viven con el VIH, y para recordar a las que han fallecido por enfermedades relacionadas con el sida.
Con el lema de este año, “Sigamos el camino de los derechos”, la comunidad internacional pone énfasis en que la solución de la amenaza del sida pasa por la protección de los Derechos Humanos, pues el problema no sólo implica abordar un asunto de salud pública, sino también enfrentarse a las desigualdades, prejuicios y desafíos estructurales.
Según el Centro Nacional para la Prevención y Control del VIH y el sida (Censida), México reporta más de 340 mil personas viviendo con VIH, y cada año se registran cerca de 15 mil nuevos casos.
Pero estas cifras no sólo reflejan un problema de salud pública, sino también social y educativo, pues el grupo más afectado es el de los jóvenes de 15 a 29 años, un sector de la población de gran importancia para el desarrollo de la nación y, sin embargo, muchos de ellos se enfrentan a una condición que, aunque tratable cada vez más con los avances médicos y tecnológicos, sigue cargada de estigma y de rechazo.
Los retos clave en la lucha contra el VIH-Sida en México son muy puntuales:
1. El diagnóstico tardío. Se estima que el país una de cada cuatro personas con VIH no sabe que lo tiene, lo que no sólo retrasa el acceso a tratamientos, sino que aumenta las probabilidades de la transmisión del virus, una situación que sin duda tiene relación con la falta de campañas informativas masivas, y de pruebas rápidas y accesibles, especialmente en comunidades rurales y marginadas.
2. Desabasto de antirretrovirales. En los últimos años, México afronta problemas de desabasto de medicamentos antirretrovirales en varias entidades y, para quienes viven con VIH, la interrupción del tratamiento tiene consecuencias graves, como el aumento de la carga viral y el riesgo de desarrollar resistencia a los propios medicamentos.
3. Estigma y discriminación. Pese a los avances médicos, el estigma asociado al VIH persiste como una barrera invisible, pero poderosa. Muchas personas portadoras del virus afrontan el rechazo en sus comunidades, en sus empleos e incluso en el sistema de salud. Esta discriminación no sólo afecta su calidad de vida, sino que también inhibe a otros a la aplicación de pruebas o a la búsqueda de tratamientos, por miedo al juicio social.
4. Falta de educación sexual integral. En un país donde hablar de sexualidad sigue siendo tabú, la educación sexual integral en las escuelas es escasa. Esto deja a los jóvenes desinformados y vulnerables, sin herramientas para protegerse o para tomar decisiones informadas.
Ante el sida, pongamos al centro los derechos humanos
Hoy solicité el uso de la tribuna para abordar un tema que ayer cumplió 36 años en la agenda mundial en materia de salud pública.
El 1 de diciembre de 1988, la Organización de las Naciones Unidas estableció el Día Mundial del Sida en apoyo a las personas que viven con el VIH, y para recordar a las que han fallecido por enfermedades relacionadas con el sida.
Con el lema de este año, “Sigamos el camino de los derechos”, la comunidad internacional pone énfasis en que la solución de la amenaza del sida pasa por la protección de los Derechos Humanos, pues el problema no sólo implica abordar un asunto de salud pública, sino también enfrentarse a las desigualdades, prejuicios y desafíos estructurales.
Según el Centro Nacional para la Prevención y Control del VIH y el sida (Censida), México reporta más de 340 mil personas viviendo con VIH, y cada año se registran cerca de 15 mil nuevos casos.
Pero estas cifras no sólo reflejan un problema de salud pública, sino también social y educativo, pues el grupo más afectado es el de los jóvenes de 15 a 29 años, un sector de la población de gran importancia para el desarrollo de la nación y, sin embargo, muchos de ellos se enfrentan a una condición que, aunque tratable cada vez más con los avances médicos y tecnológicos, sigue cargada de estigma y de rechazo.
Los retos clave en la lucha contra el VIH-Sida en México son muy puntuales:
1. El diagnóstico tardío. Se estima que el país una de cada cuatro personas con VIH no sabe que lo tiene, lo que no sólo retrasa el acceso a tratamientos, sino que aumenta las probabilidades de la transmisión del virus, una situación que sin duda tiene relación con la falta de campañas informativas masivas, y de pruebas rápidas y accesibles, especialmente en comunidades rurales y marginadas.
2. Desabasto de antirretrovirales. En los últimos años, México afronta problemas de desabasto de medicamentos antirretrovirales en varias entidades y, para quienes viven con VIH, la interrupción del tratamiento tiene consecuencias graves, como el aumento de la carga viral y el riesgo de desarrollar resistencia a los propios medicamentos.
3. Estigma y discriminación. Pese a los avances médicos, el estigma asociado al VIH persiste como una barrera invisible, pero poderosa. Muchas personas portadoras del virus afrontan el rechazo en sus comunidades, en sus empleos e incluso en el sistema de salud. Esta discriminación no sólo afecta su calidad de vida, sino que también inhibe a otros a la aplicación de pruebas o a la búsqueda de tratamientos, por miedo al juicio social.
4. Falta de educación sexual integral. En un país donde hablar de sexualidad sigue siendo tabú, la educación sexual integral en las escuelas es escasa. Esto deja a los jóvenes desinformados y vulnerables, sin herramientas para protegerse o para tomar decisiones informadas.
5. Desigualdades sociales y de acceso. No todos los mexicanos tienen el mismo acceso a los servicios integrales de salud. Las poblaciones rurales, las personas en situación de calle, la comunidad LGBTQ+ y los trabajadores sexuales se enfrentan a barreras adicionales, que van desde la falta de infraestructura hasta el rechazo directo de profesionales de la salud.
Pese a los retos, tenemos motivos para la esperanza. México cuenta con recursos y capacidades que, si se canalizan de manera adecuada, marcarán una diferencia significativa en la lucha contra el sida. Así, podemos enumerar algunos principales:
1. Promover la educación sexual integral. La educación, como principal herramienta para la prevención, es nuestra mejor arma contra el VIH. Debemos fortalecer los programas de educación sexual en las escuelas, basados en evidencia científica y libres de prejuicios, con el n de empoderar a los jóvenes para la toma de decisiones responsables y su protección sexual.
2. Ampliar el acceso a pruebas y tratamientos. Es imperativo fortalecer desde el sector público las campañas de pruebas rápidas, haciéndolas accesibles y gratuitas para todos, en especial entre los más jóvenes, y en las comunidades rurales y urbanas marginadas. Además, es imperativo garantizar el suministro suficiente y continuo de antirretrovirales, mediante una planificación logística más eficiente y transparente.
Ante el sida, pongamos al centro los derechos humanos
Hoy solicité el uso de la tribuna para abordar un tema que ayer cumplió 36 años en la agenda mundial en materia de salud pública.
El 1 de diciembre de 1988, la Organización de las Naciones Unidas estableció el Día Mundial del Sida en apoyo a las personas que viven con el VIH, y para recordar a las que han fallecido por enfermedades relacionadas con el sida.
Con el lema de este año, “Sigamos el camino de los derechos”, la comunidad internacional pone énfasis en que la solución de la amenaza del sida pasa por la protección de los Derechos Humanos, pues el problema no sólo implica abordar un asunto de salud pública, sino también enfrentarse a las desigualdades, prejuicios y desafíos estructurales.
Según el Centro Nacional para la Prevención y Control del VIH y el sida (Censida), México reporta más de 340 mil personas viviendo con VIH, y cada año se registran cerca de 15 mil nuevos casos.
Pero estas cifras no sólo reflejan un problema de salud pública, sino también social y educativo, pues el grupo más afectado es el de los jóvenes de 15 a 29 años, un sector de la población de gran importancia para el desarrollo de la nación y, sin embargo, muchos de ellos se enfrentan a una condición que, aunque tratable cada vez más con los avances médicos y tecnológicos, sigue cargada de estigma y de rechazo.
Los retos clave en la lucha contra el VIH-Sida en México son muy puntuales:
1. El diagnóstico tardío. Se estima que el país una de cada cuatro personas con VIH no sabe que lo tiene, lo que no sólo retrasa el acceso a tratamientos, sino que aumenta las probabilidades de la transmisión del virus, una situación que sin duda tiene relación con la falta de campañas informativas masivas, y de pruebas rápidas y accesibles, especialmente en comunidades rurales y marginadas.
2. Desabasto de antirretrovirales. En los últimos años, México afronta problemas de desabasto de medicamentos antirretrovirales en varias entidades y, para quienes viven con VIH, la interrupción del tratamiento tiene consecuencias graves, como el aumento de la carga viral y el riesgo de desarrollar resistencia a los propios medicamentos.
3. Estigma y discriminación. Pese a los avances médicos, el estigma asociado al VIH persiste como una barrera invisible, pero poderosa. Muchas personas portadoras del virus afrontan el rechazo en sus comunidades, en sus empleos e incluso en el sistema de salud. Esta discriminación no sólo afecta su calidad de vida, sino que también inhibe a otros a la aplicación de pruebas o a la búsqueda de tratamientos, por miedo al juicio social.
4. Falta de educación sexual integral. En un país donde hablar de sexualidad sigue siendo tabú, la educación sexual integral en las escuelas es escasa. Esto deja a los jóvenes desinformados y vulnerables, sin herramientas para protegerse o para tomar decisiones informadas.
5. Desigualdades sociales y de acceso. No todos los mexicanos tienen el mismo acceso a los servicios integrales de salud. Las poblaciones rurales, las personas en situación de calle, la comunidad LGBTQ+ y los trabajadores sexuales se enfrentan a barreras adicionales, que van desde la falta de infraestructura hasta el rechazo directo de profesionales de la salud.
Pese a los retos, tenemos motivos para la esperanza. México cuenta con recursos y capacidades que, si se canalizan de manera adecuada, marcarán una diferencia significativa en la lucha contra el sida. Así, podemos enumerar algunos principales:
1. Promover la educación sexual integral. La educación, como principal herramienta para la prevención, es nuestra mejor arma contra el VIH. Debemos fortalecer los programas de educación sexual en las escuelas, basados en evidencia científica y libres de prejuicios, con el n de empoderar a los jóvenes para la toma de decisiones responsables y su protección sexual.
2. Ampliar el acceso a pruebas y tratamientos. Es imperativo fortalecer desde el sector público las campañas de pruebas rápidas, haciéndolas accesibles y gratuitas para todos, en especial entre los más jóvenes, y en las comunidades rurales y urbanas marginadas. Además, es imperativo garantizar el suministro suficiente y continuo de antirretrovirales, mediante una planificación logística más eficiente y transparente.
3. Normalizar la conversación sobre VIH. Hablar del VIH no debe ser motivo de vergüenza. Como sociedad, debemos romper los tabúes que rodean este tema y promover campañas de sensibilización que acaben con el estigma y fomenten la empatía.
4. Aprovechar la innovación médica. México tiene la oportunidad de adoptar herramientas innovadoras como la profilaxis preexposición (PREP) y la profilaxis postexposición (PEP), que implica el uso de medicamentos para reducir el riesgo de contraer el VIH previo o posterior a una posible exposición al virus, mismos que han demostrado ser altamente efectivos. Por ello, es fundamental garantizar su disponibilidad y accesibilidad en el sistema de salud pública.
5. Fortalecimiento de la comunidad activista. Las organizaciones civiles y los activistas tienen un papel clave en la lucha contra el VIH en México, y su experiencia y conexión con las comunidades vulnerables son esenciales para diseñar e implementar estrategias efectivas, por lo que su fortalecimiento permitirá amplificar cualquier campaña pública.
Ante este panorama es momento de pasar a la acción como individuos y como sociedad. ¿Cómo? Informémonos y eduquemos a otros, porque la ignorancia perpetúa el estigma, mientras el conocimiento es la base para cambio; apoyemos a las personas con VIH, no sólo mediante palabras, sino con acciones concretas que promuevan su inclusión y bienestar, y exijamos a los tres Poderes que cumplan con su responsabilidad de garantizar el acceso equitativo a servicios de salud, medicamentos y educación.
La lucha contra el VIH-Sida en México es una batalla donde están en riesgo no sólo la salud de miles de personas, sino también los principios de igualdad, justicia y dignidad que deben regir a nuestra sociedad.
Tenemos el conocimiento, las herramientas y la capacidad de cambiar el rumbo de esta epidemia, pero necesitamos actuar juntos, con empatía y determinación, siguiendo el camino de los Derechos Humanos.